Drogues sonores


Craig sonrió al comprobar que no había nadie en los baños. Se introdujo en uno de los cubículos y cerró la puerta. Se sentó sobre la taza y con dedos temblorosos se colocó los auriculares. Buscó entre los archivos de su MP3 hasta que por fin encontró uno llamado Calm me. Con las manos humedecidas por el sudor pulsó el botón de play, cerró los ojos y respiró hondo. Esos cabrones de DemonSound lo tenían bien montado. Las primeras dosis eran gratis. Pero funcionaban, vaya si funcionaban bien. Y una vez consumidas, si querías más tenías que pasar por caja. Se relajó. Había llegado el momento de amortizar su dinero.

El ruido de estática alcanzó sus tímpanos. Con tan solo percibirlo sus neuronas se prepararon para segregar endorfinas. En pocos segundos casi todos sus músculos se habían relajado. La cabeza le cayó ligeramente sobre el hombro izquierdo. Un tono rítmico, secuencial y suave comenzó a sonar. Era un bajo que repetía unas cuantas notas graves. El ruido de estática continuó, ahí era donde estaban las maravillosas frecuencias. De fondo, debajo, bien ocultas. Se sumergió en ellas y se dejó llevar.

Craig no supo que el ruido de estática, ligeramente diferente en cada uno de los auriculares, hizo vibrar los tímpanos de sus oídos a diferentes frecuencias. Esa vibración llegó a los tres huesos del oído medio. Estos conectaban el tímpano a otro órgano llamado caracol, por su forma semicircular, y que estaba relleno de un líquido llamado perilinfa, que comenzó a agitarse gracias a las vibraciones que le estaban llegando. En el interior del caracol unos cilios recogieron ese movimiento. Estos cilios formaban parte de unas células que pertenecían al llamado órgano de Corti, que transformó la energía del movimiento físico del líquido en impulsos eléctricos. Estos fueron enviados a las neuronas del nervio auditivo hacia al lóbulo temporal del cerebro de Craig. Allí estaba el centro de la audición, y fue donde el sonido que estaba escuchando se hizo consciente: exactamente a 1.000 hercios en el lóbulo temporal derecho, y a 1.010 en el izquierdo.

Esa sutil diferencia en ambas frecuencias hizo que el cerebro de Craig, al superponer ambos patrones, los restara y percibiera una única onda sonora de solo unos diez hercios. Esta frecuencia, inaudible para el oído humano, se correspondía con las ondas cerebrales alpha, propias de estados de relajación. El resultado de recibir una onda en teoría no audible fue que sus ondas cerebrales comenzaron a variar su propia frecuencia para adaptarse a esa. Y su cerebro, olvidándose de que estaba en los urinarios de una comisaría del centro de Manhattan, comenzó a sentirse como si su dueño estuviera pescando en un lago de aguas tranquilas. Craig sonrió ampliamente y un hilo de saliva asomó por la comisura de sus labios entreabiertos.

El ritmo del bajo comenzó a difuminarse y en su lugar apareció otro sonido tubular, hueco, que parecía retorcerse sobre sí mismo. Agudo pero agradable a la vez. La diferencia entre las frecuencias bajó a cinco hercios (correspondientes a la denominada frecuencia theta) y las ondas del cerebro de Craig se adaptaron. En un par de minutos sus neuronas se encontraron en un estado similar al sueño profundo. Sus músculos se relajaron aún más. Su cuerpo se inclinó un poco hacia su izquierda y el hilo de saliva llegó a su barbilla.

Craig no fue consciente de cómo, progresivamente, el ruido tubular se volvió cada vez más grave. La diferencia de hercios entre ambos oídos siguió descendiendo: cuatro, luego tres, dos, y finalmente solo hubo un hercio de diferencia entre ambos lóbulos temporales. Era la frecuencia delta, el nivel más bajo de funcionamiento de las ondas cerebrales. Craig entró en un estado próximo a la inconsciencia. Apenas un hercio le separaba del estado de coma cerebral. Para entonces el cuello de su camisa azul estaba empapado de saliva y los brazos le colgaban fláccidos.

La dosis estaba diseñada de tal forma que volvería a frecuencias más elevadas progresivamente, sacando a Craig de su trance hasta despertarlo de nuevo. Y eso es lo que hubiera ocurrido de no haber elegido un baño para escucharla. En las instrucciones de la web de DemonSound se advertía de que las dosis debían escucharse con los ojos tapados y con auriculares, pero siempre tumbado. El motivo de esto último consistía en evitar caídas al alcanzar las fases más profundas de excitación o relajación.

Las neuronas del cerebro de Craig, funcionando a tan solo un hercio de frecuencia, no captaron el rápido descenso de su cabeza cuando el cuerpo del agente cayó como un fardo hacia un lado. Apenas un puñado de estas neuronas se habían reactivado cuando su cráneo impactó contra el suelo. Justo en ese momento la mayor parte de su cerebro, alertado por el estímulo del dolor, salió del trance. Abrió los ojos de par en par. Asustado y sin saber dónde estaba, sintió como si le acuchillaran en ambas órbitas. Sus neuronas, que habían pasado de estar cerca del coma a un estado de alerta inmediato, se retorcieron casi literalmente. Craig se llevó las manos a la cabeza, deseando arrancarse los ojos por el dolor. Y gritó.

Nievas, Bruno. Holocausto Manhattan. Ediciones B. 2013
 
 
Quin mal-de-cap això de les drogues binaurals. I jo que em pensaba que era només ficció: